jueves, 13 de noviembre de 2008

La trampa de la muerte


Argumento
Sidney Bruhl es un autor teatral especializado en comedias de intriga que ha cosechado grandes éxitos en el pasado, pero que actualmente atraviesa una nefasta etapa creativa, y cuyas últimas obras no han sido más que una sucesión de fracasos.
Para aumentar la crispación que esta situación le produce, un alumno de un antiguo seminario llamado Clifford Anderson le envía un borrador de una obra teatral que acaba de escribir, con el fin de que el maestro Bruhl le dé su opinión sobre ella. La obra resulta ser excelente, y, con la excusa de ayudarle a pulirla, Sidney invita al joven escritor a su casa de campo, un antiguo molino restaurado donde vive con su esposa Myra, quien sufre del corazón.
Poco después de la llegada de Clifford, Sidney revela sus auténticas intenciones. Asesina al joven ante el horror de su mujer y lo entierra en el jardín. Bruhl pretende estrenar la obra con su nombre y asegurarse así del éxito de público que necesita para restaurar su maltrecha reputación, y salir de la delicada situación financiera en la que se encuentra, ya que ahora sobrevive gracias a la fortuna de su esposa.
Esa noche estalla una gran tormenta. Sidney y Myra acaban de meterse en la cama cuando un prematuramente dado por muerto Clifford aparece en la ventana cubierto de barro. El barro con el que había sido enterrado vivo. Salta dentro de la habitación, golpea a Bruhl con un madero, y comienza a perseguir a una aterrorizada Myra por toda la casa. Aquello es demasiado para la mujer, que sufre un ataque al corazón, y muere.
Sidney se reúne entonces con Clifford y allí, junto al cadáver de su mujer, se besan. Todo ha sido un montaje para que los dos amantes pudieran librarse de Myra simulando un infarto fortuito.
Tras el pertinente funeral Clifford se instala en el molino asumiendo el papel de secretario personal de Sidney, donde ambos trabajan en sendas obras teatrales. El joven parece tener la inspiración de su parte, pues escribe con gran rapidez, y lleva su trabajo en gran secreto, guardando con llave las páginas que va terminando.
Azuzado por la curiosidad Sidney se las ingenia para echar un vistazo a la obra de su compañero, descubriendo que la base del argumento no es otra que el asesinato de su mujer. Clifford quiere estrenarla, pero Bruhl está horrorizado ante la posibilidad de que la publicidad de la obra haga que se descubra la verdad, por lo que ambos mantienen una encendida discusión. Pero la ausencia de pruebas que hagan sospechar que la muerte de Myra no fue totalmente natural, y la tentación que suponen los beneficios que sin duda reportaría la obra (explica a su compañero que la cantidad que va a recibir por la herencia y el seguro es menor de lo que esperaba), parecen convencer a Sidney de seguir adelante y colaborar con Clifford en la obra.
Una noche, una vidente holandesa vecina de Bruhl llamada Helga Ten Dorp (quien ya predijo la muerte de Myra) acude al molino para prevenir a Sidney acerca de su secretario, a quien dice haber “visto” atacarle.
Después de la visita, y con la excusa de ensayar una de las escenas de la obra que preparan, Bruhl convence a su socio para fingir una pelea. Tras un forcejeo Clifford empuña un hacha, y Sidney, magullado, coge un revólver y anuncia al joven que le va a matar, esta vez de verdad, porque se niega a escribir y estrenar una obra que representaría un suicidio. Además, reconoce haberle mentido respecto a su situación financiera: por la muerte de su mujer va a recibir un millón de dólares.
Pero Clifford había previsto la traición de su amante, y había descargado previamente la pistola.
En ese momento estalla una tormenta y se va la luz. Los dos hombres luchan de nuevo, pero en esta ocasión de verdad, y Helga Ten Dorp aparecen en la casa en el momento en que los dos hombres se matan el uno al otro.
De pronto algo sucede. El escenario parece igual pero distinto a la vez, y los dos escritores han sido sustituidos por actores que reproducen la pelea sucedida en el molino.
En realidad, mediante una elipsis, nos hemos trasladado al exitoso estreno de la obra teatral “La trampa de la muerte”, escrita por Helga Ten Dorp, y basada en hechos reales.

Comentario
En 1972, Joseph L. Mankiewicz realizó una obra maestra del desconcierto titulada “La huella”. En ella, un escritor de novelas policíacas organiza un siniestro juego del gato y el ratón en el que enreda al amante de su esposa, juego del que, al final, él también se convierte en víctima.
En la película, además de un guión tremendamente complejo y elaborado, y eficaz a la hora de rizar el rizo de la intriga, destaca la magistral labor interpretativa de sus dos únicos protagonistas. Durante las más de dos horas que dura el film, Lawrence Olivier y Michael Caine realizan un trabajo notable por lo maratoniano, y soberbio por la variedad de registros interpretativos de los que hacen gala.

Diez años después Michael Caine volvió a afrontar un proyecto de similares características, otra obra con evidente origen teatral basada en la falsedad de las apariencias: “La trampa de la muerte”. Pese a que pueda considerarse (justamente) la película de Sidney Lumet como un sucedáneo de la de Mankiewicz, no por ello resulta una obra carente de interés.
La comedia del 82, adaptación de la comedia teatral de Ira Levin, de gran éxito en Broadway, resulta mucho más ligera y simple a todos los niveles que su supuesta inspiradora. Pero a cambio ofrece una menor seriedad, una mayor dosis de ácido sentido del humor, terreno en el que, como de costumbre, la labor de Michael Caine resulta sobresaliente, lo que la convierte en una película muy recomendable y entretenida.
Se invierten aquí los papeles respecto a La huella original: si entonces Olivier era el veterano ante quien Caine se mostraba nervioso; ahora éste es el maestro que juega un macabro juego con su pupilo, interpretado por Christopher Reeve, quien realiza un más que estimable trabajo, y que demostró aquí que, además de encarnar a un inolvidable Superman, poseía talento suficiente como para afrontar cualquier otro reto.
Aprovecho la oportunidad para rendir un pequeño homenaje a Reeve quien, tras convencernos en 1978 de que un hombre podía volar, falleció en 2004 tratando de demostrar que él podía volver a caminar.
La trampa de la muerte”, que parte, prácticamente, de la misma premisa argumental que “Las diabólicas”, pero llevándola más allá, se cierra con un final rápido y elíptico, pero sobre todo efectivo. Y bastante tramposo. Tramposo porque deja en el aire varias incógnitas importantes. Y efectivo porque el público no se da cuenta.
El espectador, contento y sorprendido por lo ingenioso del guión y lo inesperado del desenlace final, no repara en que, con esa enorme elipsis que les lleva desde la casa de Sidney Bruhl hasta el teatro, se le ha escamoteado parte de la historia. Bien es cierto que puede deducirse lo que ha sucedido, pero: ¿murieron realmente Sidney y Clifford en la pelea, o alguno de ellos está en la cárcel? ¿Cómo conoció Helga Ten Dorp todos los detalles del conflicto entre los dos escritores? ¿Tuvo una visión o, directamente “fusiló” la obra que estaba escribiendo Clifford? Nunca lo sabremos a ciencia cierta. Todo queda como un ejercicio de nuestra imaginación en este final repentino e inesperado que demuestra que el cine debe, sino puede facilitarnos toda los datos necesarios para el entendimiento de la historia, al menos distraernos para que no notemos esa carencia.